A lo largo de nuestra existencia sufrimos caídas, contusiones, golpes y laceraciones que de alguna manera nos dejan una huella. Las heridas recibidas sobre nuestro cuerpo, cuando son severas; nos dejan una marca (cicatriz) de por vida.
Personas que han sufrido accidentes, han estado en una guerra, o han sido víctimas de violencia física y maltrato, conservan en sus cuerpos, una marca que les recuerda un trágico momento de sus vidas.
Pero hay heridas que son invisibles a nuestros ojos físicos pues no se trata de heridas del cuerpo, sino del alma. De alguna forma u otra, la mayoría de nosotros cuenta con estas cicatrices del corazón.
Estas cicatrices pasan la mayoría de las veces en forma inadvertida a los demás. Sonreímos, saludamos, conversamos con los demás… en forma normal. Somos a veces a los ojos de los demás, personas, a las cuales la vida le sonríe.
Pero bien sabemos que al reflejarnos en el espejo de nuestros recuerdos, vemos allí, las heridas que nadie puede ver, sino solamente nosotros. No podemos borrarlas, ni ignorarlas, ni olvidarlas, solo están allí.
Surge entonces en nosotros un sentimiento de impotencia, que exclama en un suspiro silencioso: “Ah si alguien supiera… de mis heridas y tristezas…”
Quizá ninguna persona las sepa… pero Dios sí las sabe. Quizás me dirás que esto no es ninguna noticia nueva… pero déjame mostrarte este versículo de Salmos 147:3 (RVR1960) la Biblia, donde declara qué actitud toma Dios, hacia las heridos del alma: El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.
Muchas personas por impotencia frente a las heridas sufridas en el pasado, se rebelan contra Dios, cerrándole la puerta de su corazón.
Es como quien se enoja con su médico, porque padece una dolencia.
Uno puede estar toda la vida preguntándose ¿Por qué me afectó esto a mí? A veces puede encontrar la respuesta y otras veces no. Pero lo cierto es que continuar en este estado, de autocompasión, sin entregar nuestra vida “al médico divino”, antes que mejorar, nuestro estado empeorará.
AMIGOS/AS:
Cristo entiende de heridas. Él fue herido en la cruz del calvario por todos nosotros. Su cuerpo fue maltratado, por los clavos, latigazos, azotes y la corona de espinas.
Aún más, fue despreciado, recibió burlas e insultos. Pero sobre toda las cosas, el mayor dolor infringido fue que todos nuestros horrendos pecados… fueron cargados sobre Él.
Nosotros fuimos los que le provocamos las heridas a Cristo! “Más él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados.” Isaías 53:5
No sé si algún día vendrán a pedirte perdón aquellas personas que un día te hirieron. Pero sí sé, que puedes ir hoy a Dios, y pedirle perdón por tus pecados, perdón por haberle rechazado, aceptar la salvación que ÉL te da… y la sanidad que quiere provocar en tí!
¿Aquel que sufrió heridas… acaso no comprenderá las tuyas? ¿Aquel Dios de amor que vino a buscarte… no querrá salvarte…? ¿No estará dispuesto acaso… a sanar a los “quebrantados de corazón.” como dice su Palabra?
EL Señor Jesús describe en la Biblia, a qué ha venido a este mundo, presta atención a lo que ÉL dice: El Espíritu del Señor es sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: Me ha enviado para sanar á los quebrantados de corazón; Para pregonar a los cautivos libertad, Y a los ciegos vista; Para poner en libertad a los oprimidos. (Lucas 4:18)
El médico divino quiere tratar tu alma. Su amor es la medicina, eficaz, que nos cura. Sus manos amorosas, quieren limpiar tus pecados y vendar tus heridas. ¡No más cicatrices del alma… sino sanidad de Dios!
¡Déjate curar…! Mas yo haré venir sanidad para ti, y te sanaré de tus heridas, dice Jehová. (Jeremías 30:17)